Ahora no tenía necesidad de gustarle a nadie, era fiel a sí misma. Aprendió a amar porque comenzó a quererse. Al relatar su vida en el diván, había descubierto que dentro de ella había otra vida que le era tan propia como desconocida. Ese descubrimiento la había hecho más fuerte y más libre.Había aprendido el poder curativo de la verdad, pues antes estaba compuesta por mentiras porque respondía más a los deseos ajenos que a los propios. En alguna medida, había vuelto a nacer y esta vez lo había hecho bien: por eso tenía la capacidad de agradecer lo que había recibido en el tratamiento.
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El agradecimiento, como el amor, necesita una maduración psicológica que nos haya conducido a conocer nuestras limitaciones y a querernos por ellas, así como a saber qué es lo que necesitamos de los otros y qué es lo que nos pueden dar. Ahora bien, pedir y aceptar lo que el otro nos ofrece es también reconocer lo que nos falta.
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La capacidad de amar y de sentir gratitud se gesta en los primeros años de nuestra vida. ‘Toda persona feliz tiene una deuda de gratitud con su madre’, dice el pediatra y psicoanalista británico Donald Winnicott, y la tiene porque esa madre ha hecho una labor tan importante como generosa para su salud mental: le ha enseñado a quererse y a afirmarse en su identidad, permitiéndole separarse de ella y aprendiendo a intercambiar con los otros experiencias útiles para entender su mundo. |